Alberto Elizalde Yulee

Mala leche...

Sí..., esa que es provocada por una mano ácida.
domingo, 26 de julio de 2020 · 12:40

“Mala leche” dicen de aquello que es agrio o de intenciones bajas, pero también puede ser interpretado a la española majo, como alguien de mal humor, alguien con “mala leche”.

Eso tal vez podría explicar los comentarios regionalistas y racistas que cada cierto tiempo afloran, y que últimamente han salido como plagas de grillos en verano, infestando el ánimo de los ecuatorianos con su mala vibra.

Generalmente coincide regionalismo y racismo en el mismo tipo de persona. Y no tiene que ver con la posición social ni con la cultura: igual opina un indígena de los que no lo son, que un presuntuoso criollo blanqueado, en un país donde “el que no tiene de inga, tiene de mandinga…”, pretendiendo argumentar algún tipo de superioridad sobre los demás por nacer en una región en particular o por el color de su lengua.

Leemos a Ilustres ciudadanos de Guayaquil argumentando razones que parecen rebuscadas en un baúl olvidado por algún marinero despistado en el desaparecido Muelle 5, con reclamos matemáticos y coloniales, y por la tanto verdaderos pero inútiles.
Leemos a Ilustres ciudadanos quiteños reír odiosidades contra los que no viven en sus alturas, rescatando historias de sus armarios con olor a naftalina mientras toman whisky chimbo.

“Mala leche” dicen de aquello que es agrio o de intenciones bajas, pero también puede ser interpretado a la española majo, como alguien de mal humor, alguien con “mala leche”.

Eso tal vez podría explicar los comentarios regionalistas y racistas que cada cierto tiempo afloran, y que últimamente han salido como plagas de grillos en verano, infestando el ánimo de los ecuatorianos con su mala vibra.

Monos, morlacos, serranos, aucas, pupos, chinos, longos…

Pequeñeces, que se ven en detalles como los comparativos de contagiados y fallecidos por COVID entre Guayaquil y Quito, tarea morbosa e ingrata que no aporta nada. O las suspicacias con la colaboración guayaquileña a los hospitales de la capital, porque, no importa si la ayuda viene con piola: son obsequios, son para los que lo necesitan. No tienen nada que ver con el honor ni la dignidad. Solamente había que agradecer.

Como también deben hacerlo aquellos guerreros de madera que faltan a la verdad afirmando que salieron solos de esta emergencia, ingratos con el país que se dolió por ellos, lloró y ayudó cuando vimos la improvisación y poca preparación de sus autoridades y las del gobierno al inicio de esta pandemia y que provocaron las tragedias fatales que no hemos olvidado y que todavía estamos contando.

Mala leche… hay que botarla o hacer dulce con ella.

Porque no podemos seguir bebiendo de ella, nos está amargando, nos está enfermando. La corrupción, la impunidad, la improvisación, el abuso y el fraude que vivimos todos los días en casi todas las regiones del país son el síntoma y el remedio no es pelear entre hermanos.

Esa peste la hemos identificando como nunca antes. No importa si es por tongo, casualidad o por una Fiscal puesta las pilas (y con apoyo del gobierno, porque, dejémonos de pendejadas, en este país, nada camina si el Estado no echa una mano, así sea a su pesar).

La realidad es que, aunque sea a tropezones, vamos avanzando, pasito a pasito…

Somos un país diverso, como todos en América. Multiracial y multiregional, esa es nuestra riqueza, no es difícil de entender, y por eso debemos rechazar cualquier manifestación regionalista o racista, así se empieza a odiar sin razón.

Tenemos mejores cosas que atender. El futuro fue ayer y la tarea que nos espera es ardua, requiere unión y tolerancia, no podemos seguir con un país dividido ni dejarlo en manos de los odiosos y amargados, sean de izquierda o derecha, de arriba o abajo, blanqueados o chocolateados.

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