Alberto Elizalde Yuleé

Los Privilegiados

Los de ahora, no los de antes, aunque también...
viernes, 9 de abril de 2021 · 09:22

No me refiero a aquellos que han conseguido fortuna y consideraciones especiales gracias a su trabajo o herencias generacionales. Esos son menos que los neo privilegiados que viven del Estado desde que el populismo se enquistó en él.

Me refiero a nuestra burocracia dorada, que creció del 2006 al 2019 un 64,2% mientras la población el 26,6%, ganando sueldos muy superiores a los del sector privado, algo insólito en países funcionales donde el servidor público lo hace por vocación de servicio, por méritos en concursos y no solo para ganar un sueldo, ya que no hay afán de lucro porque para vivir decentemente, no necesita lujos.

Lujos de esos de narcocultura, de autos de alta gama, Maserati o Ferrari (porque un Mercedes es de viejos pelucones), con minifalda incluida, y blancos por supuesto, como el caballo de Alejandro Magno, Napoleón, Bolívar y Kim Jong-Un, para que la luz refleje sus éxitos en acceder a las arcas públicas gracias a los votos de los come-cuentos.

Como el hijo del alcalde que tenía permitido saltarse las fila y la ley, pasando de organizar bailatinas reggaetoneras a negocios inmobiliarios y equipamiento municipal. Esa casta nueva de privilegiados que siempre, siempre, siempre vienen acompañados de parientes, amigos y benefactores de contratos.

Me refiero a aquellos que nacieron pensando que los recursos del estado son públicos y por lo tanto, de ellos. Aquellos que piensan que los dólares en los bancos, incluyendo el Central, son apropiables. No porque sean comunistas y piensen repartir la propiedad incautada entre los pobres de la clase obrera, sino para perpetuarse enquistados en el Estado, como parásitos que debilitan a su anfitrión sin matarlo, para seguir engordando la pipa, los pipones.

Me refiero a esos 500.000 burócratas que viven del estado central, a ese 2,9% de la población que utilizó en 2019 toda la recaudación del IVA del año anterior para pagarse su manutención.

Eso sin contar con los otros 300.000 que piponean en las empresas públicas, Prefecturas y Municipios (como el de Quito con 19.000 empleados contra 4.000 en Guayaquil) y que seguramente se tragan lo recaudado en prediales y demás impuestos, mientras 4 millones de ecuatorianos subsisten con el básico al mes y 5 millones se ahogan en el desempleo y la informalidad.

Me refiero a privilegiados como el candidato presidencial Andrés Arauz, que hizo del Banco Central del Ecuador su llacta, su hueca, su caleta, su vaquita lechera. Trabajó dos años, pero cobró por 12 mientras sangraba con mega sueldos superiores a los $4.000 mensuales, turisteando en otras dependencias del estado (duraba 2 meses, un año, dos…) en “comisión de servicios”, una sinvergüenzada con la que el sátrapa pagaba al que bien le servía. Con dineros ajenos claro.

El candidato de Correa es un privilegiado que se retiró del Banco Central a los 35 años y 3 de servicio bajo el gobierno de Moreno, después de vender su renuncia en $27.587 dólares, en julio del 2020, en plena crisis financiera y pandémica del país.

Algunos dirán que se trata de “viveza criolla” porque aprendieron a confundir sobornos y coimas con ”acuerdos entre privados”.

Me refiero también a esos otros privilegiados, como los mestizos disfrazados de indígenas, como Jaime Vargas Vargas que medra de leyes absurdas que los beneficia catalogándolo como minoría, y de ingenuas ONG’s y fundaciones que lo mantienen con ingresos superiores a los $500.000 al año.

Me refiero también a esos otros privilegiados con leyes que benefician a unos grupos más que otros, como los afrodescendientes, LGTB, indígenas, etc., mientras el ciudadano común, el que no es ni blanco ni negro, ni indígena ni emigrante, criollos como casi todos nosotros, estamos desamparados.

Por ser mayoría somos tratados como minoría, pero con menos derechos que las minorías. Derechos amparados en una Constitución pueril que perpetúa la desigualdad y la condescendencia.

Los únicos privilegiados legítimos amparados por el Estado deberían ser los ciudadanos de cuarta edad, ancianos, niños y minusválidos. Son las únicas minorías que merecen subvención y leyes que los apoyen y protejan.

Todos los demás, si quieren tener privilegios, deben ganarlos con su trabajo privado o por méritos incuestionables a la patria.

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